con caras que sonríen y ojos resplandecientes.
Hay cuevas con flores y grandes arboles tallados.
Pájaros volando y siempre había buena música.
Así oímos de sueños que planteamos ocurrirían,
cerrábamos los ojos y ya no estábamos.
No olvidaré los senderos entre el cerro,
ni los cientos de tambores que esa noche fueron nuestra
serenata ebria entre micros, el mar cubriendo mis zapatos,
el vino corriendo cerro abajo y la resaca abrazados al sol.